viernes, 29 de junio de 2012

El pensamiento económico en la edad moderna. - Parte 1

En esta serie de artículos nos centraremos en la génesis del pensamiento económico moderno cuyas raíces ahondan hasta la Baja Edad Media hasta constituir el punto de despegue de las actuales teorías económicas. En esta ocasión, nos centraremos en cómo se ve influenciado por la doctrina eclesiástica medieval.

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Santo Tomás.
Otros pensadores medievales.


 LA DOCTRINA ECONÓMICA ECLESIÁSTICA EN LA EDAD MEDIA  

Tanto teólogos como eclesiásticos tuvieron gran influencia sobre la evolución de la teoría y el pensamiento económico en la mayor parte del siglo XVI. De hecho, bajo el magisterio de la Iglesia, tanto la teoría como la práctica económica estuvieron sujetas a los dictados morales eclesiásticos, de ahí que hablemos de la existencia de una “economía moral” en esta época.

Las fuentes de la doctrina económica de la Iglesia proceden de la Biblia, de las enseñanzas de los padres griegos y latinos, y de los escritos de un filósofo pagano, Aristóteles. A estas fuentes se añade la tradición de la Iglesia y el derecho romano, junto con el derecho eclesiástico o canónico. Éste último fue tomando cuerpo legal con las diversas disposiciones conciliares en los decretos papales breves y en las bulas papales.

En esta primitiva doctrina económica de la Iglesia destaca un asunto de gran interés: el préstamo cobrando intereses. Sobre este asunto ya se habla en un libro del Antiguo Testamento, el "Deuteronomio"En él se identifica aquello con la usura y, también, por su carácter de libro sagrado se le ordena al pueblo judío que no preste a usura a otro judío (al que hay que considerar como a un hermano) y tan sólo se autoriza el préstamo con inte­reses si dicho préstamo va dirigido a una persona extranjera.

Hoy en día, se le otorga a la usura el significado de cobro de intereses abusivos. Sin embargoen el contexto temporal en el que nos movemos, el significado de la palabra usura era equivalente al de interés, con independencia de la cuantía del mismo. Es decir, que usura sería toda cantidad adicional cobrada en el préstamo, por pequeña que esta fuere.

Conforme a las reglas estipuladas en el libro sagrado (“Deuteronomio”), los pensadores cristianos posteriores combatieron y condenaron el préstamo de capitales (en dinero o en especie) con interesesPorque para el creyente cristiano todos los hombres eran hermanos y por tanto, la prohibición de cobrar intereses aparece justificada por un principio moral. También porque durante los siglos medievales la mayoría de los préstamos que se efectuaban tuvieron como fin el financiar el consumo y no la producción, es decir, que se utilizó el préstamo para satisfacer nece­sidades primarias como la alimentación y difícilmente, si uno era cre­yente, se podía negar la ayuda alimenticia al prójimo y, menos aún, cobrarle a cambio un interés.

Esta doctrina, sobre el préstamo, empieza a sufrir sus primeras quiebras a partir del siglo XV porque en ese momento están surgiendo las bancas al amparo de las actividades de la burguesía mercantil, en ciudades como Venecia o Génova en la península italiana o Brujas en los Países Bajos. Pero también porque en el siglo XV asistimos a un desarrollo de la navegación (terrestre y marítima), del comercio y de la artesanía, lo que obligó a condicionar la doctrina sobre el interés, porque el crédito ya se extendió a fines productivos.

El cambista y su mujer, por Quentin Massys (1514)
Fuente: The Yorck Project / Wikimedia Commons
Las técnicas comerciales adquirieron un extraordinario desarrollo y cambiaron las consideraciones medievales. Destaca el impulso que tomó la correspondencia “mercantil”, que se cruzaban entre los grandes mercaderes y sus corresponsales y agentes, distribuidos por las principales plazas de Europa. Igualmente, era muy importante anotar cuidadosamente todos los datos referentes a la marcha de los negocios: entradas y salidas, cuentas de socios y depositarios, balance de pérdidas y ganancias. Así nace la contabilidad por partida doble. Otra muestra del progreso experimentado en las técnicas comerciales fue la aparición de manuales encaminados a regular la práctica mercantil. Son los denominados Pratica della Mercatura, redactados en su mayor parte en Italia. Por fin, las actividades bancarias ganaron en complejidad. Por ejemplo, en Brujas los cambistas ya se habían convertido insensiblemente en banqueros a mediados del siglo XIV. Sus funciones básicas eran recibir depósitos y conceder préstamos.

Sin embargo, a pesar de los avances en materia económica y comercial, oficialmente la Iglesia seguía anclada en teorías económicas medievales y centrada en la ética sobre el préstamo con interés. Este tema del préstamo con interés nos pone en relación con la idea nuclear de la doctrina económica de la Iglesia durante los siglos medievales, la práctica de la caridad. El logro del paraíso obligaba al cristiano a ejercitar la caridad para con su prójimo. Y ese precepto cristiano fue asumido por el conjunto social medieval sin distinción de clases o estamentos. Gracias a la caridad pudo paliarse la escasez de recursos que sufrían las clases más indigentes de la sociedad. Los fieles además, practicaban la caridad como forma de obtener indulgencias (lo que permite reducir el periodo de estancia en el purgatorio). En palabras de Carlo Maria Cipolla, la caridad "cons­tituía un traspaso voluntario de riqueza".

Además del llamamiento a la caridad, los teólogos trataron de establecer modelos de comportamiento social sujetos a la ética y la moral, para evitar el pecado. Y esto también afectó a los negocios. Por consiguiente, el pensamiento económico medieval estuvo sustancialmente subordinado a preceptos morales y teológicos. Tales preceptos estable­cían cómo debía actuar el comerciante en sus transacciones mercantiles. Ahora bien, la correspondencia entre la norma dictada por la Iglesia y la práctica diaria de los negocios distaba mucho de ser perfecta. En verdad, nunca hubo una sintonía plena entre las doctrinas de la Iglesia y la práctica económica. Quizás, tan sólo en este tema de la caridad era donde mejor se puede comprobar esa justa correspondencia entre la teoría y la práctica económica. Porque la caridad era un deber fácil de cumplir y consistía un elemento más para determinar la posición social del individuo.

Según la doctrina de la Iglesia, la riqueza llevaba consigo determinadas obligaciones como la caridad, la liberalidad (genero­sidad, desprendimiento) y munificencia (generosidad espléndida), es decir, que las riquezas debían usarse de forma generosa sirviendo a fines altruistas y nobles. Y en ese contexto histórico se explicapor ejemplola construcción de los grandes edificios medievales (abadías, monaste­rios, catedrales) y las grandes donaciones hechas a la Iglesia por los hombres poderosos de la época. Si bien conviene matizar que estos monumentos absorbieron buena parte de los recursos disponibles, también es cierto que ge­neraron trabajo y contribuyeron igualmente al desarrollo de aquellas actividades artesanales y comerciales vinculadas a la construcción.

El pensamiento económico de la Iglesia en la época medieval puede resumirse en las ideas expuestas en los escritos de los llamados padres de la Iglesia, como San Agustín y Santo Tomás de Aquino.

San Agustín, por Philippe de Champaigne (1645-50)
Fuente: Wikimedia Commons

 San Agustín es autor de "La ciudad de Dios". En esta obra critica a la sociedad de su época y desaprueba la conducta de aquellos individuos que sólo piensan en la acumulación de riquezas. San Agustín opinaba que la justicia no estriba en la abundancia de riquezas, ni en la extrema pobreza, sino en disponer de lo necesario para la alimentación y el vestido, en tener cubiertas las necesidades vitales. Para él, la riqueza es la causante de vicios humanos los cuales conducen inevitablemente a la pérdida del alma.

Por otro lado, junto con la condena de la riqueza y de la pobreza, San Agustín, rechaza igualmente la propiedad privada. Sobre tal rechazo dice: "no por virtud del derecho divino, sino por virtud del derecho de guerra pueden algunos decir, ésta es mi casa, esta es mi villa, este servidor es mío". En el lugar de la propiedad privada, San Agustín defiende la propiedad social de los bienes de producción.