jueves, 20 de noviembre de 2014

Los totalitarismos hipernacionalistas: el fascismo italiano

La Primera Guerra Mundial supone un triunfo para la democracia moderna. Sin embargo, la situación económica y social en una difícil posguerra permite el ascenso de los movimientos fascistas e hipernacionalistas. La llegada al poder de dichos movimientos implicará la aparición de las dictaduras y los regímenes totalitarios. La primera excepción a la aparente victoria de la democracia en Europa occidental será la de Italia, un país que desde 1861 había aceptado el liberalismo parlamentario, pero donde en 1922, Benito Mussolini se apoderó del control del gobierno e instauró el fascismo.  

Enlaces relacionados:
Crisis económica en el período de entreguerras: el Crack de 1929.
La Primera Guerra Mundial: los Tratados de Paz y las consecuencias a largo plazo.
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 EL NACIMIENTO DEL FASCISMO ITALIANO

En los años previos a la Primera Guerra Mundial, Benito Mussolini era un alto cargo del Partido Socialista de Italia y director del periódico Avanti! (vinculado al partido). Sus radicales opiniones, contrarias a la línea seguida por el partido le valdrán un enfrentamiento con la cúpula del mismo, del que será expulsado. Durante la Guerra, Benito Mussolini abogó por la intervención al lado de los aliados y reclamó la conquista de los territorios italianos situados al norte y al otro lado del Adriático.

Italia había entrado en la Gran Guerra al lado de los aliados en busca de despojos territoriales y coloniales; el Tratado Secreto de Londres (firmado por Italia, Reino Unido, Francia y Rusia) prometía a los italianos ciertos territorios austriacos y una parte de las posesiones alemanas y turcas. Italia perdió más de 600.000 hombres en la guerra, y los delegados italianos acudieron a la conferencia de paz confiando en que sus sacrificios serian reconocidos y sus aspiraciones territoriales satisfechas. Pero el presidente estadounidense Wilson se negó a cumplir las cláusulas del Tratado Secreto de Londres y otras demandas italianas. Los italianos recibieron algunos de los territorios austriacos que se les habían prometido, pero no se les concedió parte alguna de las anteriores posesiones alemanas y turcas.

Benito Mussolini en la plaza del Duomo de Milán (1930)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-09844 / CC BY-SA 3.0

Después de la guerra, Italia, al igual que otros países, sufrió la carga de la deuda de la guerra, así como la aguda depresión y el fuerte desempleo de la posguerra. La inquietud social se extendía. En el campo tenían lugar ocupaciones de tierras; los arrendatarios se negaban a pagar las rentas; los campesinos quemaban las cosechas y exterminaban el ganado. En las ciudades estallaban huelgas en las industrias. En marzo de 1919, Mussolini organizó, principalmente con ex-soldados desmovilizados e inquietos, su primera banda de lucha, los fasci di combattimento. Los socialistas moderados y los dirigentes obreros, desaprobaban todo aquel extremismo, pero los socialistas de izquierda, que se habían hecho comunistas y se habían unido a la III Internacional, avivaban el descontento. Mientras tanto, bandas armadas de jóvenes, entre los que destacaban los Camisas Negras o fascistas, armaban camorra en las calles. Socialistas y comunistas (considerados los grandes culpables de la situación) eran blanco habitual de sus acciones. Terratenientes y burgueses industriales no veían con malos ojos este movimiento y se apresuraron a prestarle apoyo.

Emblema del Partido Nacional Fascista, por Nsmn
Fuente: Wikimedia commons / CC BY-SA 3.0

Durante los meses de tumultos, el gobierno se abstuvo de toda acción audaz. El sistema parlamentario italiano nunca había funcionado muy bien, pero ahora se había hundido más todavía. En 1919 se habían celebrado las primeras elecciones de la posguerra, en las que los socialistas y el nuevo Partido Popular Católico obtuvieron grandes triunfos. En 1921, a consecuencia de los disturbios, se celebraron nuevas elecciones. Liberales y demócratas, socialistas moderados y el Partido Popular Católico mantuvieron sus altos números de miembros del Parlamento. El movimiento fascista de Mussolini, convertido ahora en partido político, sólo obtuvo 35 escaños, de un total de más de 500. Pero, a pesar de este resultado, las filas fascistas habían ido engrosándose.

 LA LLEGADA AL PODER DE IL DUCE

Mussolini y los fascistas se habían mantenido, al principio, al lado de los radicales. No desautorizaron las ocupaciones de fábricas, denunciaron enérgicamente a los que se habían enrique­cido con la guerra, y exigieron un alto impuesto sobre el capital y sobre los beneficios. Pero Mussolini no tardó en presentarse con sus fascistas como los defensores de la ley y el orden. Los grandes intereses prestaron ayuda financiera, patriotas y nacionalistas de todas clases se le unieron, y las clases medias y bajas, presionadas por la inflación económica y sin poder encontrar protección o alivio en los sindicatos ni en los movimientos socialistas, también se incorporaron a su movimiento. Poco a poco su movimiento iba adquiriendo masa.

Mussolini y sus Camisas Negras en la Marcha sobre Roma (1922)
Fuente: Wikimedia commons

Los Camisas Negras procedían, mientras tanto, a propinar palizas a los comunistas, a los socialistas y a las personas corrientes que no los apoyaban. Escuadras de vigilancia, los squadristi, rompían huelgas, destruían las sedes de los sindicatos, y arrojaban de sus puestos a los alcaldes y funcionarios municipales socialistas y comunistas legalmente elegidos. Ante la inoperancia del Estado, pasan a controlar estos municipios.

En octubre de 1922 tuvo lugar la ’’Marcha sobre Roma”. Los Camisas Negras comenzaron a afluir sobre la capital desde diversas direcciones para reclamar su derecho a gobernar el país. El gobierno italiano trató de declarar el estado de guerra, pero el rey Víctor Manuel III se negó a aprobarlo, por lo que el ejército no podía intervenir. El gobierno dimitió y el rey encargó a Mussolini que formara gobierno, por lo que fue nombrado Primer Ministro. Todo era perfectamente legal; Italia seguía siendo un gobierno constitu­cional y parlamentario y Mussolini presidía solamente un débil gobierno de coalición (inestable y fácilmente desmontable), y no recibía del Parlamento más que la concesión de plenos poderes de emergencia durante un año para restablecer el orden e introducir reformas.

El dirigente fascista aprovechó al máximo ese año. Antes de la expiración de sus poderes de emergencia, Mussolini, ante la escasez de sus diputados (sólo disponía de los 35 escaños de 1921) obligó al Parlamento a aprobar la Ley Acerbo, según la cual el partido que obtuviese el mayor número de votos en unas elecciones recibiría, automáticamente, los dos tercios de los escaños de la Cámara. Irónicamente, esta ley no fue necesaria. En las elecciones de 1924, los fascistas obtuvieron más de los 3/5 del número total de votos, ayudados por el control gubernamental de la maquinaria electoral y por el empleo de los squadristi, que acosaban e incluso asesinaban a los detractores del partido fascista, como en el caso de Matteoti (por lo que estos resultados hay que verlos en un contexto de violencia, intimidación y fraude electoral).

De esta manera, legal formalmente, empieza el régimen fascista. En pocos años, Mussolini redujo a la nada el Parlamento italiano, restringió el sufragio universal masculino, sometió la prensa a censura, destruyó los sindicatos, despojó a los obreros del derecho a la huelga, controló las actividades de las asociaciones no gubernamentales y abolió todos los demás partidos políticos. Se estableció una policía secreta (la OVRA) y se organizaron tribunales especiales contra los adversarios del régimen.

Características generales del fascismo italiano

Mussolini denunció la democracia como históricamente anticuada y declaró que acentuaba la lucha de clases, dividía al pueblo en incontables partidos minoritarios y conducía al egoísmo, la ambigüedad y la charlatanería. En lugar de la democracia, Mussolini predicaba la necesidad de una acción enérgica, bajo el mando de un dirigente fuerte: adopta el sobrenombre propagandístico de Il Duce, de reminiscencias militares (en latín clásico dux, general o caudillo). Denunció el liberalismo, el libre comercio, el capitalismo, junto con el marxismo, el socialismo y la conciencia de clase. En lugar de todo ello, predicaba la solidaridad nacional y la administración estatal de los asuntos económicos.

Mussolini introdujo el estado sindical o corporativo. Éste establecía la división de toda la vida económica en 22 áreas mayores, a cada una de las cuales se asignaba una “corporación”. En cada corporación, los representantes de los grupos de organización fascista de los trabajadores, los empresarios y el gobierno decidían las condiciones de trabajo, los salarios, los precios y los programas industriales; y se suponía que aquellos representantes se reunían en un consejo nacional, a fin de idear los planes para una autosuficiencia económica de Italia. De esta forma, el gobierno intervenía en todos los aspectos de la vida económica del país. Como punto final, aquellas corporaciones se integraron en el Estado, de modo que en 1938 la antigua Cámara de los Diputados fue sustituida por una Cámara de los Fascios y Corporaciones, que representaba a las corporaciones y al partido fascista. Lo cierto es que la inquietud social y los conflictos de clase se acabaron, pero no por el sistema corporativo, sino por la prohibición de huelgas y paros, y por la abolición de los sindicatos indepen­dientes.

El fascismo italiano,
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Cuando sobrevino la depresión de 1929, ninguno de los controles económicos de Italia resultó  muy útil. Mussolini elaboró un gran programa de obras públicas y trató de incrementar la autosuficiencia económica. Se avanzó en el saneamiento de las zonas pantanosas en la Italia Central y en el desarrollo de la energía hidroeléctrica en sustitución del carbón del que Italia carecía.

A lo largo de la época fascista no se produjo ninguna reforma fundamental en la situación de los campesinos. La estructura existente en la sociedad, que en Italia significaba extremos sociales de riqueza y de pobreza, continuó inalterada. El fascismo no fue capaz de proporcionar ni la seguridad económica ni el bienestar material, en aras de los cuales habían pedido el sacrificio de la libertad individual. Los sustituyó por una extendida euforia psicológica, por una convicción de que Italia estaba experimentando una heroica resurrección nacional; y a partir de 1935, en apoyo de esa convicción, Mussolini se entregó, cada vez en mayor medida, a aventuras militares e imperialistas.

Fascismo en color 1: Asalto al poder,
Fascismo en color 2: Mussolini en el poder,
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